El Árbol de Navidad y el Encanto de la Nochebuena. Érase una vez un joven leñador llamado Pedro. Vivía en una pequeña cabaña en el bosque y todas las mañanas se levantaba temprano para ir a cortar madera. Trabajaba duro para poder llevar algo de dinero a casa y mantener a su abuelo, quien no podía trabajar debido a su avanzada edad.
A pesar de que Pedro trabajaba mucho, siempre encontraba tiempo para divertirse. Le encantaba pasear por el bosque, escuchar los pájaros cantar y sentir el sol en su piel. Pero lo que más le gustaba era mirar las estrellas por la noche.
Una noche, mientras Pedro caminaba por el bosque, vio una hermosa y brillante estrella en el cielo. Nunca había visto una estrella tan grande y tan hermosa, y sintió curiosidad por ella. Decidió seguirla, sin saber adónde lo llevaría.
La estrella lo guió hacia una cabaña muy antigua, con puertas de madera oscura y ventanas pequeñas. Pedro se acercó a la puerta y la abrió. Dentro encontró una sala decorada con un gran árbol de Navidad, adornado con luces y bolas de colores.
En el centro de la sala estaba sentada una anciana, con un vestido rojo brillante y una sonrisa amistosa en su rostro. Pedro se acercó a ella y le preguntó quién era y qué hacía en esa cabaña.
La anciana le explicó que ella era la protectora del árbol de Navidad y que la cabaña era su casa. Pedro se sorprendió por lo que la anciana le explicó, y sin perder tiempo le preguntó si podía quedarse a pasar la noche allí. La anciana respondió con una sonrisa, y a Pedro se le concedió su deseo.
Mientras Pedro dormía, la anciana susurró unas palabras mágicas y el árbol de Navidad comenzó a brillar aún más. Las bolas de colores se movían como si estuvieran viva, y la música inundaba la cabaña. Pedro se despertó y vio el espectáculo que estaba pasando ante sus ojos, justo allí en la sala de la cabaña.
Pedro miró alrededor, sin poder creer todo lo que veía y sucedía. Los juguetes que habían sido colocados debajo del árbol empezaron a moverse. Un muñeco de peluche saltó en el aire y aterrizó en las piernas de Pedro. La anciana le explicó que se trataba de una tradición que se llevaba a cabo cada año en la Nochebuena. Los juguetes cobraban vida y les alegraban a los niños con su presencia.
La anciana luego sacó un pequeño cofre del baúl y lo abrió. Hubo una luz verde deslumbrante del cofre luego de destaparlo. Pedro se acercó para ver lo que había dentro. Era una joya. La anciana le explicó que esa era la joya de la Nochebuena y que traía buena suerte a quien la usara. La devolvió a su cofre y lo guardó una vez más.
La noche avanzaba y Pedro se divertía cada vez más. En la salida del sol, la anciana lo llevó a la puerta de la cabaña. Antes de que él saliera, la anciana le entregó una ramita de acebo, diciéndole que era el símbolo de la paz en la Nochebuena, y le deseó buena suerte en su vida.
Pedro volvió a su cabaña con la boca abierta. Le contó todo lo que había visto a su abuelo, quien no lo creyó. Pero Pedro sabía que lo que había pasado era real.
Al día siguiente, Pedro fue al mercado del pueblo a vender su leña. Cuando llegó, vio algo muy extraño. Todos los árboles de Navidad del mercado eran más brillantes que nunca. Las bolas de colores se movían, tal y como lo habían hecho en la cabaña de la anciana. Los juguetes que vendían los vendedores también parecían estar vivos.
Pedro se acercó a los vendedores, pero todos se negaban a decirle lo que había pasado. Solo uno de ellos, un anciano muy sabio, le dijo que la Nochebuena era un momento mágico, donde incluso las cosas simples y sencillas cobran vida por un instante. Le explicó que el árbol de Navidad y la Nochebuena eran dos cosas que siempre debían estar juntas, ya que juntas encantaban la noche.
Pedro comprendió lo que el anciano le había dicho. Se dio cuenta de que el brillante árbol de Navidad y las bolas de colores eran un reflejo de cómo cada uno de nosotros podía brillar si se lo proponía. Se dio cuenta de que la Nochebuena no era solo un día festivo, sino una esperanza para el futuro, un deseo de un futuro mejor.
Desde ese día en adelante, Pedro siguió yendo al bosque para mirar los cielos nocturnos. Miró más allá de las estrellas, y la luz del acebo y de la joya de la Nochebuena todavía brillaban en su mente.
Pedro sabía que la Nochebuena era un momento de esperanza, amor y paz. Pero lo más importante para él era que la magia de esa noche podía vivir en él y en todas las personas de la tierra, si simplemente creyeran. Y así fue, porque la Nochebuena siempre será mágica en el corazón de todo aquel que crea en ella.