La lucha por la inclusión. Érase una vez en un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques, donde la naturaleza era tan abundante que la comunidad podía vivir en armonía con ella. Sin embargo, aunque el contacto con la naturaleza generaba un ambiente armónico, en el pueblo había ciertas diferencias que, lejos de ser eliminadas, se seguían fortaleciendo y agrandando, fenómeno que tenía que ver con la discriminación.
La discriminación no era por género o etnia en el pueblo, sino por tradiciones culturales que hacían distinciones entre la gente. Había familias que mantenían sus tradiciones aislándose de las demás, había personas que no podían casarse con alguien de diferente tradición cultural, e incluso, en el colegio, como las tradiciones eran diversas, algunos chicos discriminaban a otros porque no compartían las mismas costumbres.
Un día, llegaron al pueblo dos niños nuevos, una niña de cabello rizado y un niño de cabello ondulado, quienes querían integrarse en el colegio en el que estudiaban los niños del pueblo, pero se enfrentaron a un gran obstáculo. Los niños del pueblo no eran tolerantes con ellos, porque no compartían sus tradiciones culturales, y no permitían que jueguen con ellos en los recreos.
La niña de cabello rizado no se rendía, ella quería ser parte del grupo de amigos que habían hecho los niños del pueblo, por lo que trataba de entrar en los juegos de los chicos y chicas durante el recreo. Pero, los niños no le dejaban jugar, la ignoraban y, en ocasiones, algunos de ellos la empujaban y la maltrataban verbalmente. Sin embargo, la pequeña no dejaba de insistir, ni perdía la esperanza de ser aceptada por los chicos y chicas del colegio.
Un día, mientras caminaba triste desde el colegio hasta su casa, un nuevo amigo que había visto la situación de discriminación de la niña, quiso ayudarla. Él se llamaba Samuel, y al ver a la niña tan triste se acercó e intentó hablar con ella. La niña, agradecida, aceptó la ayuda y juntos comenzaron a jugar en una esquina del recreo, en donde los niños del colegio no les hacían caso.
Pronto, otros niños se acercaron al grupo de Samuel y la niña de cabello rizado, y poco a poco los demás chicos y chicas del colegio comenzaron a ver que ellos no eran diferentes a ellos, sino que simplemente tenían tradiciones diferentes. Los nuevos amigos hablaban de sus diferentes costumbres culturales, y todos aprendían juntos cosas nuevas. Las diferencias fueron reemplazadas por la curiosidad y el respeto.
La niña de cabello rizado se sintió muy feliz por haber encontrado nuevos amigos, pero sobre todo por haber sobrepasado los prejuicios del pueblo. Durante las tardes de clases, todos los niños del colegio compartían sus juguetes y aprendían de la cultura de los demás. Las tradiciones que antes parecían excluir a las personas, ahora, servían para integrarlas a la comunidad.
Desde aquel día, la niña de cabello rizado y Samuel, el niño que la había ayudado, se convirtieron en amigos inseparables. Junto a su pandilla, crearon una campaña que promovía la inclusión, la tolerancia, y el respeto por la diversidad en el colegio.
Poco a poco, todas las familias del pueblo comenzaron a cambiar sus actitudes al respecto y, en lugar de discriminar, se reconocían las diferencias entre las personas como algo positivo, que enriquecía a la comunidad en vez de dividirla.
La lucha por la inclusión había sido difícil, pero la comprensión del valor de las diferentes culturas acabó con las tensiones y fortaleció la amistad entre los niños del pueblo. El pequeño pueblo, abrazó la diversidad, lo que generó una armonía interna que se reflejaba en el respeto y solidaridad entre todas las personas. La lección de amor y respeto por la diversidad había sido aprendida por todos en el pueblo, y una nueva era de unión entre las culturas había comenzado.
Por tanto, la pequeña niña de cabello rizado, junto a sus nuevos amigos y Samuel se convirtieron en líderes de la campaña por la inclusión. Esta campaña no solo fue valiosa para ellos sino también para el desarrollo futuro del pueblo y para sembrar la semilla del cambio. Al final, todos aprendieron a valorar las diferencias en la cultura y las tradiciones como un bien muy valioso. La inclusión prevaleció sobre la discriminación, la sonrisa sustituyó al desprecio, y el respeto abarcó a todos los habitantes del pueblo.