El día en que todos eran iguales

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El día en que todos eran iguales
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El día en que todos eran iguales. Érase una vez, en un lugar muy lejano, donde todos los niños y niñas eran iguales. No había diferencia de género, de color, de cultura, ni de clase social. Todos eran libres de elegir lo que querían hacer y cómo querían hacerlo. Vivían en armonía, sin peleas ni discriminaciones.

Un día, un grupo de niños y niñas decidió hacer una competencia de carreras. Había que correr alrededor del parque, pasar por los columpios, el tobogán y la casita de juegos. Quien llegara primero, ganaría un gran premio.

La carrera comenzó y todos los niños y niñas corrieron con fuerza. Algunos se caían y se levantaban rápidamente, otros trotaban con calma, pero todos tenían el mismo objetivo: llegar a la meta.

De repente, apareció un niño muy especial. Era diferente al resto, tenía una silla de ruedas y se llamaba Juan. Sus amigos lo ayudaron a ponerse en la línea de partida para que pudiera competir con ellos.

Los niños y niñas no sabían muy bien cómo hacer para incluir a Juan en la carrera. Pero él les dijo: “No se preocupen amigos, yo tengo mis brazos para impulsarme, ¡vamos a comenzar!”.

La carrera siguió y Juan con mucha fuerza comenzó a mover sus brazos y ruedas para avanzar. Todos ellos, mientras tanto, lo animaban a seguir adelante.

Los demás niños y niñas notaron que la carrera era desigual, Juan se esforzaba más para avanzar y no estaba teniendo las mismas posibilidades que sus compañeros. Así que algunos de ellos decidieron apoyarle, retrocedieron y lo acompañaron desde atrás, hablando con él, contándole historias y chistes para motivarlo.

Pero no solo Juan tenía problemas para avanzar, también había una niña de origen africano, llamada Sofía, que se había quedado atrás. Los niños y niñas que la conocían sabían que era muy buena en las carreras, así que se dieron cuenta de que algo no iba bien. Fue cuando descubrieron que ella se había tropezado en uno de los obstáculos del parque y se había lastimado. La sensación de debilidad y la herida habían hecho que perdiera ánimo para seguir adelante.

Los niños y niñas, al ver que Sofía estaba triste y frustrada, se acercaron a ella, la consolaron y le brindaron un poco de agua y vendajes para curar su raspon.

Juntos comenzaron a caminar, divirtiéndose y haciendo bromas para recuperar el tiempo perdido. Sofía se sentía más animada y Juan, que estaba muy cercano, se unió a su grupo para que todos pudieran continuar. De esta manera, caminando y a paso lento, llegaron juntos a la meta.

En ese momento, el jurado anunció que no había ganadores en esa carrera, que todos eran iguales y que habían demostrado que la solidaridad y la amistad podían superar cualquier obstáculo.

Los niños y niñas se miraron unos a otros y se sintieron contentos y felices. Se dieron cuenta de que no solo aquellos que ganan son importantes, sino que todos y todas, sin importar su color de piel, su cultura, su género o su situación, son valiosos y merecen tener las mismas oportunidades para alcanzar sus metas.

Desde ese día, todos los niños y niñas del parque comenzaron a pensar que ser iguales era lo justo y lo bonito. Aprendieron a respetar y valorar cada uno de ellos, sin importar diferencias enriquecedoras como la capacidad física, la raza, la religión o el origen. Reconocieron que lo que importaba era el amor, el respeto y la amistad que compartían entre ellos.

Y así, el parque se convirtió en un lugar muy especial, donde todos y todas en conjunto, se unieron para demostrar que la igualdad es el mejor camino para crecer juntos.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
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