El niño que amaba el ballet

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El niño que amaba el ballet
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El niño que amaba el ballet. Érase una vez, en una pequeña ciudad, un niño llamado Juan que amaba el ballet. Desde muy temprana edad, Juan se sentía atraído por los movimientos gráciles de bailarines y bailarinas en la televisión. Siempre trataba de imitar esos movimientos en su habitación, pero rápidamente se daba cuenta de que no compartía la misma elegancia que los bailarines de la pantalla.

Aunque su mamá y papá lo apoyaban en todo lo que hacía, Juan tenía miedo de decirles que quería intentar tomar clases de ballet. Sabía que en la escuela muchos niños se burlaban de él por vestirse con pantalones ajustados y que nunca hubieran aceptado que tomara una clase de ballet.

Pero un día, cuando Juan estaba caminando por la ciudad, vio un cartel inmenso que anunciaba una audición para una obra de ballet. La audición era abierta a todos los niños y niñas de la ciudad, sin importar su género, raza o capacidad económica.

Juan se emocionó tanto que corrió a casa y le contó la buena noticia a su mamá y papá. Ellos no solo lo animaron a intentar, sino que también lo llevaron a una tienda especializada para comprarse un diminuto calzado para ballet.

A la audición, Juan se sentía un poco nervioso. Era la única persona en la sala con pantalones ajustados, y algunos niños lo miraban con desdén. Pero él se concentró en la música y en su pasión por el ballet, al que había amado tanto desde pequeño.

La sorpresa llegó cuando el director de la obra, tras la audición, le pidió que se quedara para ensayar con los demás niños. Juan estaba tan emocionado que pensó que iba a explotar en cualquier momento.

Durante el ensayo, Juan se sintió rodeado de niños y niñas que habían llegado de todas partes de la ciudad. Apenas se conocían unos a otros, ni siquiera habían ido a la misma escuela. Pero todos se unían detrás del amor que tenían por el ballet.

Con el tiempo, los niños y niñas aprendieron más sobre sus diferencias culturales, raciales y económicas. Aprendieron a trabajar en equipo para asegurarse de que todos los detalles se ajustaran a la perfección. Y Juan, con su pasión y dedicación al ballet, inspiró a sus compañeros a ignorar las diferencias superficiales y centrarse en lo que les unía.

Después de varios meses de ensayos, finalmente llegó el día del espectáculo. Los niños y niñas estaban nerviosos, pero emocionados. Cuando el telón se elevó, se podía escuchar el público aplaudiendo con fuerza.

La obra contó la historia de una pequeña flor que, al contrario de lo que se esperaba, era capaz de florecer en el árido desierto. Los niños y niñas bailaban con gracia y habilidad, pero también con valentía y templanza.

Cuando se puso fin a la obra, el público se puso de pie y aplaudió sonoramente. Los niños y niñas saltaban y brincaban por la emoción. La alegría de haber llevado a cabo algo tan hermoso era más grande que nunca.

Juan se sintió abrumado por el amor que había en la habitación. En ese momento, se dio cuenta de que el ballet no solo era una forma de arte hermosa, sino también un medio para fomentar el respeto y la inclusión entre personas de todos los ámbitos de la vida.

A partir de esa noche, Juan y sus compañeros formaron una comunidad unida y fuerte. Dejando de lado las diferencias que alguna vez habían pensado que los separaban, siguieron bailando y creciendo juntos en su amor por el ballet.

El amor y el respeto que descubrió Juan durante su aventura en el ballet se convirtieron en un precedente para el resto de su vida. La hermandad que formó con otros bailarines siempre estaría en su corazón y lo ayudaría a ver más allá de las diferencias que algunos no quieren superar.

Juan había aprendido que, en realidad, todos somos iguales. Y que lo que realmente importa es la pasión que tenemos detrás lo que hacemos y eso puede conectarnos con cualquier individuo del planeta.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
El niño que amaba el ballet
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