El niño y la hormiga. Érase una vez un niño llamado Marcos. Él vivía en una casa muy bonita con su familia en la ciudad. Marcos era un niño muy feliz y amable, siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás.
Un día, mientras jugaba en su jardín, vio una hormiga que se arrastraba con una hoja muy grande. Marcos se acercó para verla mejor y se dio cuenta de que la hoja era demasiado pesada para ella. La pobre hormiga estaba luchando para llevarla a su nido.
Marcos se sintió triste al verlo y decidió ayudar a la hormiga. La levantó con cuidado y la llevó hasta su nido. La hormiga se sintió muy agradecida y le agradeció con pequeños movimientos con su antena.
A partir de ese día, Marcos visitaba a menudo el nido de hormigas, les llevaba comida y los ayudaba en lo que podía. Le gustaba observar cómo trabajaban y colaboraban entre ellas para hacer su hogar cada vez mejor.
Un día, mientras ayudaba a las hormigas a transportar comida, vio a un grupo de niños en el parque que estaban aplastando insectos y pisoteándolos. A Marcos le pareció muy mal lo que estaban haciendo y decidió intervenir.
– ¿Qué están haciendo? – preguntó Marcos enfadado.
– ¡Estamos matando insectos! – respondió uno de los niños.
– Pero eso es muy cruel. ¿No les importa que sientan dolor?
– Son solo insectos, no tienen sentimientos.
Marcos se sintió muy decepcionado al escuchar eso. Recordó que él también una vez había pensado así, pero después de conocer a las hormigas y otros animales pequeños, se dio cuenta de que todos somos importantes.
– Escucha, todos los seres vivos merecen ser tratados con respeto y compasión. No importa cuán pequeños o insignificantes puedan parecer. Puede que no sintamos lo mismo que ellos, pero merecen que se les trate con amabilidad.
Los niños se quedaron en silencio por un momento y comenzaron a reflexionar sobre lo que Marcos les había dicho. Después de unos minutos, se levantaron y se disculparon por lo que habían hecho.
– Tienes razón, nunca más volveremos a hacer algo así. Gracias por enseñarnos una lección.
Desde ese día, los niños empezaron a fomentar el mismo respeto que Marcos les mostró a los animales, y estaban más conscientes de sus acciones.
Marcos estaba muy contento de haber ayudado a las hormigas y a los niños, y también estaba agradecido de haber aprendido una importante lección.
El año siguiente, cuando fue a visitar el nido de hormigas, se dio cuenta de que habían hecho un pequeño agujero en la pared del jardín y habían construido una pequeña entrada.
La hormiga líder le dijo que habían construido la entrada para que Marcos pudiera visitarlas más fácilmente.
Marcos se sintió muy feliz y se dio cuenta de que realmente había hecho la diferencia para las hormigas, y que devolver el amor y la compasión a los seres más pequeños del planeta, podía crear un efecto dominó.
A partir de ese día, Marcos aprendió que, sin importar cuán pequeños sean los seres vivos, todos tienen un lugar importante en el mundo y el respeto y la compasión hacia ellos no solo es importante, sino también lo correcto.
Así que si alguna vez ves una hormiga arrastrando una hoja, recuerda la historia de Marcos y ayúdala si puedes. Un pequeño acto de bondad puede marcar la diferencia.
El amor y la compasión son las cosas más valiosas que podemos ofrecer al mundo y quizás, como en el caso de Marcos, las más pequeñas también necesitan una parte de ellas.