La niña que perdió su sonrisa. Érase una vez una niña llamada Ana, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas. Ana era una niña muy alegre y siempre llevaba una sonrisa en su rostro. Era conocida por todos en el pueblo como «La niña de la sonrisa eterna».
Ana tenía muchos amigos en el colegio y en el barrio donde vivía. Siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás y a compartir sus juguetes con aquellos que no tenían nada con qué jugar. Todos querían estar cerca de Ana, porque su presencia les hacía sentir bien.
Un día, Ana perdió su sonrisa. Nadie sabía qué había pasado. La niña parecía triste y desanimada todo el tiempo. Ya no hacía chistes ni jugaba con sus amigos como antes. Incluso se alejó de ellos y pasó a andar sola por el pueblo.
Los amigos de Ana intentaron hablar con ella y hacerla reír, pero todo fue en vano. La niña había perdido su alegría y su entusiasmo por la vida. Ya no era la misma persona que todos conocían y amaban.
Los padres de Ana estaban muy preocupados por su hija. Intentaron hablar con ella, pero Ana no quería contarles lo que estaba sucediendo. Les decía que estaba bien, pero su rostro aún reflejaba tristeza y dolor.
Un día, mientras caminaba por el campo cercano a su pueblo, Ana se encontró con un anciano sentado junto a un árbol. El anciano, que llevaba un sombrero de paja y una gabardina larga y gris, la saludó con una sonrisa y le preguntó qué hacía allí sola.
Ana, que no tenía nada que perder, decidió contarle al anciano lo que estaba pasando. Le dijo que había perdido su sonrisa y que no sabía cómo recuperarla. El anciano la escuchó con atención y le dijo:
– Ana, la sonrisa es algo muy importante en la vida. Nos ayuda a sentirnos mejor y a hacer felices a los demás. Pero a veces, perdemos la sonrisa porque estamos tristes o preocupados. Lo importante es no dejar que eso nos consuma. Debemos buscar cosas que nos hagan sentir bien y concentrarnos en ellas para recuperar nuestra sonrisa.
Ana escuchó con atención las palabras del anciano y decidió ponerlas en práctica. Empezó a buscar cosas que le gustaban y que le hacían feliz. Recordó que le encantaba leer, jardinear y ayudar a su madre en la cocina.
Así, poco a poco, Ana fue recuperando su sonrisa. Volvió a ser la niña alegre y divertida que todos conocían. Jugaba con sus amigos, hacía chistes y cantaba canciones. Todos en el pueblo se alegraron al verla feliz de nuevo.
Los padres de Ana, al ver el cambio en su hija, le preguntaron qué había pasado. Ana, sonriendo, les contó la historia del anciano y cómo ella había aprendido a recuperar su sonrisa.
Desde ese día, Ana se dedicó a ayudar a los demás a encontrar su sonrisa. Les enseñó a buscar cosas que les gustaran, a hacer cosas nuevas y a no permitir que la tristeza los consumiera. La niña se convirtió en una gran consejera y amiga para todos los que la conocían.
Y así, el pueblo volvió a ser un lugar alegre y lleno de vida. La niña que perdió su sonrisa se convirtió en la niña que contagió la sonrisa, gracias a su empatía, su alegría y su amor por los demás.