El enigma del fantasma de la mansión encantada

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El enigma del fantasma de la mansión encantada
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El enigma del fantasma de la mansión encantada. Érase una vez una mansión encantada en medio de un bosque oscuro y misterioso. La leyenda decía que allí vivía un fantasma que asustaba a todos los que se atrevían a entrar. Nadie sabía quién era el espectro ni por qué rondaba la mansión, pero todos le temían. Hasta que un día, un grupo de niños decidió enfrentarse al enigma del fantasma de la mansión encantada.

Los niños eran cinco amigos inseparables: Luna, Tomás, Lola, Miguel y Sofía. Cada uno tenía una habilidad especial que los hacía un equipo perfecto. Luna era valiente y astuta, Tomás era el más fuerte, Lola era inteligente y observadora, Miguel era el más rápido y Sofía, la más curiosa. Juntos formaban un equipo invencible.

Un día, paseando por el bosque, descubrieron la mansión encantada. Era una casa enorme y espeluznante, con ventanas rotas y tejas desprendidas. Los niños se miraron y supieron que el momento de la verdad había llegado. Decidieron entrar.

El primer paso fue superar el miedo. La mansión era oscura e inquietante, y todo parecía moverse y susurrar en la penumbra. Pero los niños no se dejaron intimidar. Sacaron sus linternas y empezaron a explorar.

La mansión estaba vacía, pero algo en el ambiente indicaba que allí había algo más. Los niños revisaron cada rincón, cada puerta, cada escalera, pero todo parecía normal. Hasta que Luna encontró una nota. La nota decía:

«El fantasma de esta mansión es el señor Alberto. Era el dueño de la casa y murió hace muchos años en un accidente. Desde entonces, su espíritu vaga por aquí, buscando el descanso eterno. Si queréis ayudarle, tenéis que encontrar la llave de la biblioteca. Allí se encuentra su diario, el cual contiene la clave para liberar su alma y hacer que descanse en paz.»

Los niños se miraron, sorprendidos. ¿Era cierto que el fantasma de la mansión era un hombre llamado Alberto? ¿Y que había un diario que podía liberar su alma? Decidieron buscar la biblioteca.

La biblioteca estaba en el segundo piso, detrás de una puerta pesada y cerrada con llave. Los niños buscaron la llave por todas partes, pero no la encontraron. Entonces Lola tuvo una idea. Recordó que su abuelo solía esconder cosas en lugares extraños, y pensó que quizás la llave estaba en algún sitio inesperado.

Empezaron a revisar de nuevo la mansión, esta vez con más detenimiento. Y fue Sofía la que descubrió algo extraño. En una biblioteca de la planta baja, había un libro con la portada desgastada. Era un libro viejo, lleno de polvo y telarañas. Los niños se acercaron y lo abrieron. Y dentro encontraron la llave de la biblioteca.

Los niños corrieron a la segunda planta y abrieron la puerta de la biblioteca. La biblioteca era grande y acogedora, con libros en las estanterías de madera y alfombras suaves en el suelo. Y en el escritorio, encontraron el diario del señor Alberto.

El diario estaba lleno de notas y dibujos, y los niños lo leyeron con atención. Descubrieron que el señor Alberto era un hombre triste y solitario, que había perdido a su familia en un accidente de carruaje y que su única razón de vivir era la mansión. Pero la mansión requería mucho mantenimiento, y el señor Alberto empezó a endeudarse. Pronto, la mansión se convirtió en un lastre para él, y se vio obligado a venderla. Pero no podía soportar la idea de abandonarla, así que decidió quedarse a vivir en ella, aunque no tuviera dinero para mantenerla. Y así murió, solo y olvidado.

Los niños se sintieron tristes por la historia del señor Alberto. Pero también tuvieron una idea. Recordaron que en el libro de notas de la biblioteca, había una sección sobre cómo restaurar la mansión. Y decidieron hacerlo. Trabajaron juntos durante semanas, arreglando ventanas, reparando el tejado y pintando las paredes.

Y un día, mientras trabajaban, algo mágico sucedió. El fantasma del señor Alberto apareció ante ellos, pero esta vez no era un fantasma oscuro y espeluznante, sino un hombre amable y agradecido.

– Gracias por ayudarme – dijo el señor Alberto -. No sabía que la casa que tanto amé pudiera volver a brillar así.

Los niños le sonrieron.

– También nos gustó la casa, señor Alberto – dijo Luna -. Por eso quisimos ayudarla.

Y así, gracias a los niños, la mansión encantada volvió a ser un lugar feliz y acogedor. El señor Alberto pudo descansar en paz, sabiendo que su casa volvía a ser lo que siempre había sido: un hogar lleno de vida y alegría. Y los niños, que nunca olvidarían su aventura en la mansión encantada, supieron que en cualquier momento podían volver a enfrentarse a cualquier enigma. Porque juntos, nada era imposible.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
El enigma del fantasma de la mansión encantada
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