La casa encantada del fantasma travieso. Érase una vez una casa en el bosque que tenía una reputación muy especial. Los habitantes del pueblo cercano decían que estaba encantada, y que un fantasma travieso habitaba dentro de ella. A decir verdad, nadie se atrevía a acercarse a la casa encantada del fantasma travieso. Bueno, nadie, excepto uno: un niño llamado Pablo.
Pablo no creía en fantasmas, y le encantaba explorar cosas nuevas. Por eso, un día decidió adentrarse en el bosque hasta llegar a la casa encantada. Caminó durante algunos minutos y finalmente llegó. Pablo temblaba un poco, aunque no sabía bien si de miedo o de emoción.
Observó la casa desde lejos, y lo que en un principio le daba miedo, comenzó a llamarle cada vez más la atención. ¿Qué secretos ocultaban esas paredes? ¿Qué misterios se escondían detrás de las puertas?
Pablo se decidió a entrar, y haciendo gala de su coraje, abrió la puerta. De un introspección, y con mucho silencio, comenzó a caminar por los oscuros pasillos de la casa. Pero algo extraño sucedió: no sintió miedo. De hecho, por algún motivo, se sentía como en casa.
Caminó y caminó, en busca de algo que le llamara la atención, y llegó a una habitación en particular que estaba llena de telarañas. Una sensación extraña recorrió su cuerpo, y decidió que era el momento de partir. Pero, justo antes de poder salir, escuchó un susurro que venía de detrás de los muebles antiguos de la habitación.
Pablo se acercó, y notó que detrás de los muebles había una puerta escondida. La curiosidad lo llevó a abrirla, y detrás encontró una escalera que parecía bajar muy profundo. Sin pensarlo dos veces, Pablo comenzó a bajar escalón tras escalón, obsesionado por descubrir qué había detrás de todo eso.
Finalmente llegó al final de las escaleras, y lo que encontró lo dejó asombrado: era una habitación llena de juguetes antiguos. Un fantasma travieso estaba sentado al lado de la chimenea, y jugando con una pelota.
Pablo se quedó asombrado. El fantasma lo miró, y con voz amable, le preguntó quién era y por qué estaba en su habitación. Pablo, un poco temeroso, le contestó que simplemente estaba de visita, y que no quería hacerle daño.
El fantasma, lejos de mostrar enojo, hizo un comentario curioso: «Hace mucho tiempo que nadie me visita. Y estos juguetes, que son tan antiguos, no han sido usados en mucho tiempo».
Pablo sintió una punzada de tristeza en su corazón: ¿Cómo podría alguien querer jugar con esos juguetes, si estaban tan viejos? Pero el fantasma rápidamente pareció comprender sus sentimientos, y le dijo: «Aunque parezcan viejos, estos juguetes son mágicos. Podrían enseñarte muchas cosas».
Así, Pablo decidió quedarse allí y jugar con el fantasma durante un rato. Y se dio cuenta de algo: el fantasma no era tan travieso como decían. De hecho, era un fantasma amable, que solo quería un poco de compañía.
Juntos, jugaron con todos los juguetes antiguos, y Pablo aprendió mucho sobre juegos que no conocía. El tiempo pasó rápido, y pronto Pablo se dio cuenta de que ya era hora de regresar a casa.
El fantasma lo despidió con una sonrisa, y le dijo que siempre sería bienvenido en su habitación de juegos. Pablo, feliz, salió de la casa encantada, con un montón de nuevas historias para contar.
Desde ese día en adelante, se convirtió en amigo del fantasma, y a veces volvía a la casa encantada del fantasma travieso para jugar y explorar. Y cuando sus amigos le preguntaban si de verdad había un fantasma travieso allí, él simplemente sonreía y decía: «No, no hay ningún fantasma malvado en esa casa. Solo un amigo muy divertido».


