La princesa y el abanico mágico. Érase una vez en un lejano reino, una princesa llamada Ana que soñaba con tener un abanico mágico. Desde muy pequeña, Ana había escuchado numerosas historias sobre abanicos mágicos que podían hacer realidad los deseos de las personas. Cada noche, la princesa miraba el cielo y pedía a las estrellas que le concedieran ese gran deseo.
Un día, mientras caminaba por los jardines del palacio, la princesa encontró un pequeño abanico en el suelo. Al tomarlo en sus manos, se dio cuenta de que era el abanico mágico que tanto había soñado. Ana, con su corazón latiendo de emoción y felicidad, decidió usarlo para cumplir uno de sus deseos.
Al hacerlo, el abanico comenzó a moverse por sí solo, creando una poderosa corriente de aire que la princesa no podía controlar. Ana se sintió confundida y atemorizada, y mientras trataba de detener el abanico, se desvaneció en una nube de humo.
Cuando despertó, se encontró en un bosque desconocido. La princesa estaba desorientada y sin saber qué hacer, comenzó a caminar en busca de ayuda. Después de un rato, vio en la lejanía un pequeño castillo. Al acercarse, se dio cuenta de que pertenecía a una bruja malvada.
La bruja se acercó y le preguntó por su presencia en ese lugar desconocido. Ana, con valentía, le explicó todo lo que había sucedido. La bruja, con su sonrisa maléfica, le sugirió que podría ayudarla solo si Ana cumplía una tarea difícil.
La tarea consistía en conseguir una manzana de la fuente de las hadas. La princesa, sin pensarlo dos veces, aceptó la tarea y comenzó su travesía hacia la fuente. Ana recorrió bosques y cruzó ríos, pero no lograba encontrar la fuente de las hadas.
De repente, una pequeña hada se acercó a Ana. La princesa le contó su historia, y la hada felizmente accedió en ayudarla. Juntos, viajaron hacia la fuente de las hadas, y la princesa logró cumplir su tarea. Ana, agradecida, prometió ayudar a la hada con cualquier cosa que necesitara.
De regreso al castillo de la bruja, Ana entregó la manzana y pidió que la bruja cumpliera su promesa. La bruja, con su astucia, le dijo que primero tenía que llevar a cabo otra tarea: conseguir un diamante mágico.
La princesa no sabía qué hacer, estaba cansada y quería volver a casa, pero sabía que no podía negarse y decidió aceptar la tarea. Mientras caminaba por la selva, Ana vio un diamante brillante en la cima de una alta montaña. A pesar de todos los peligros, la princesa escaló la montaña y consiguió el diamante mágico.
Finalmente, Ana regresó al castillo de la bruja y entregó el diamante. La bruja, cumpliendo su palabra, le dio al abanico mágico a la princesa y le permitió regresar a casa.
La princesa, agradecida por la ayuda que había recibido, le preguntó a la hada cómo podía recompensarla. La hada, sonriendo, le dijo que la mejor recompensa era que Ana dejara de desear cosas y aprendiera a disfrutar de lo que ya tenía.
La princesa entendió la sabiduría de las palabras de la hada. Desde ese momento, aprendió a ser más feliz con lo que tenía y agradeció cada pequeña cosa en su vida.
Ana nunca olvidó la lección que había aprendido, y cada vez que miraba su abanico mágico, no pedía deseos, sino que agradecía las cosas buenas que tenía. Y así, vivió feliz para siempre.
FIN.