Había una vez, en un reino gobernado por el dios Hades, un perro llamado Cerbero. Cerbero era un perro enorme y fuerte, con tres cabezas y una cola de serpiente. Era el guardián de la puerta del inframundo, la entrada al reino de los muertos.
Cerbero se había ganado su puesto como guardián por su lealtad y valentía. Era un perro feroz en la batalla y no permitiría que nadie pasara por su puerta sin permiso del dios Hades.
Cada día, Cerbero se sentaba en la entrada del inframundo, vigilando con atención cualquier movimiento en las cercanías. La puerta del inframundo era una enorme puerta de hierro, cubierta de espinas y adornada con calaveras. Cerbero se aseguraba de que la puerta estuviera cerrada y vigilada en todo momento.
Un día, un hombre llamado Orfeo llegó a la puerta del inframundo. Orfeo estaba en busca de su esposa, Eurídice, quien había muerto recientemente. Orfeo no podía soportar la idea de vivir sin ella y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para recuperarla.
Cerbero se levantó y gruñó amenazadoramente a Orfeo. Pero Orfeo no se dejó intimidar por el perro guardián y comenzó a tocar su lira. La música de Orfeo era tan hermosa que Cerbero se calmó y se acercó a él.
Orfeo tocó su lira durante horas, mientras Cerbero escuchaba con atención. Finalmente, Cerbero se durmió a los pies de Orfeo. Con mucho cuidado, Orfeo pasó por la puerta del inframundo, decidido a recuperar a su amada.
Orfeo llegó a la sala del trono del dios Hades y le pidió permiso para llevar a Eurídice de vuelta al mundo de los vivos. Hades, impresionado por la valentía de Orfeo, accedió a su petición, pero con una condición: Orfeo debía caminar delante de Eurídice mientras regresaban al mundo de los vivos, sin mirar atrás en ningún momento.
Orfeo aceptó la condición y comenzó a caminar de vuelta al mundo de los vivos, con Eurídice a su lado. Pero cuando estaban a punto de salir del inframundo, Orfeo no pudo resistir la tentación y miró hacia atrás para ver si Eurídice lo seguía. En ese momento, Eurídice desapareció de nuevo en el inframundo.
Cerbero, quien había sido testigo de todo, sabía que Orfeo había roto su promesa y que había traído la desgracia sobre sí mismo. A partir de ese momento, Cerbero se convirtió en un perro aún más feroz y determinado a proteger la puerta del inframundo.
Cerbero nunca más se dejó engañar por la música o las palabras bonitas. Sabía que su deber era proteger la entrada al inframundo y que no permitiría que nadie más pasara sin permiso del dios Hades.
Y así, Cerbero siguió su misión, día tras día, protegiendo la puerta del inframundo con valentía y determinación. Su lealtad al dios Hades era inquebrantable, y nunca falló en su tarea de mantener a los muertos dentro del reino de los muertos y a los vivos fuera.
Cerbero se convirtió en un símbolo de la fuerza y la determinación, respetado y temido por todos los que intentaban cruzar su camino. Incluso los dioses del Olimpo sabían que no podían enfrentarse a Cerbero sin consecuencias.
A medida que pasaron los años, la fama de Cerbero se extendió por todo el mundo. Historias y leyendas sobre su ferocidad y fuerza se contaban en todas partes, y los niños crecían con miedo y admiración por el perro guardián del inframundo.
Pero aunque Cerbero era un perro feroz en la batalla, también tenía un lado suave. Cuando estaba en su tiempo libre, disfrutaba de largas caminatas por el río Styx y de jugar con las almas perdidas que se encontraban en su camino.
Cerbero también tenía un gran apetito, y le encantaba que le dieran comida y golosinas. A menudo, los dioses del Olimpo le traían los mejores manjares y bebidas, en un intento de ganarse su favor.
Pero a pesar de su amor por la comida y los mimos, Cerbero nunca olvidó su deber como guardián de la puerta del inframundo. Siempre estaba alerta, siempre vigilante, siempre listo para enfrentar cualquier amenaza que pudiera surgir.
Y así, Cerbero continuó su misión, día tras día, protegiendo la puerta del inframundo y manteniendo el equilibrio entre los mundos de los vivos y los muertos. Se convirtió en un símbolo de la fuerza y la lealtad, un perro que nunca abandonaría su deber y que siempre estaría allí para proteger a aquellos que dependían de él.