El Monstruo del Abismo de las Pesadillas. Érase una vez en una pequeña aldea rodeada de montañas y bosques encantados, vivía un niño llamado Pedro. Sus padres eran labradores y se ganaban la vida cultivando y cuidando los animales de su granja, pero de entre todas las cosas que Pedro amaba del campo, lo que más disfrutaba era salir al bosque a jugar.
Un día, explorando un sendero que no conocía, se adentró en un bosque tenebroso y misterioso. Mientras caminaba, notó que el sendero se iba estrechando cada vez más, y en poco tiempo el bosque se volvió tan denso que se le hacía difícil seguir adelante. De repente, escuchó un ruido siniestro, como un gruñido intenso que venía del otro lado de los árboles.
Pedro, asustado, empezó a correr para alejarse del sonido, pero se detuvo en seco cuando vio lo que parecía una cueva a la distancia. Las rocas que rodeaban la entrada estaban desmoronándose y haciéndose añicos, como si algo intentara salir de ella. Pedro estuvo a punto de huir, pero algo dentro de él lo impulsó a acercarse y ver qué había dentro.
El niño se acercó lentamente hacia la cueva, y de repente, la tierra tembló bajo sus pies. Una enorme figura emergió de la entrada de la cueva, con una larga capeza, unos ojos rojos llenos de furia y una boca llena de dientes afilados. Pedro estaba asustado, paralizado, y no sabía cómo salir de allí.
—¡Niño! —rugió la bestia— ¿Qué haces aquí?
—Lo..lo siento —balbuceó Pedro—. No sabía que había alguien aquí.
—Soy el Monstruo del Abismo de las Pesadillas —dijo el ser, con una mueca malévola—. Si no me das una buena razón para no devorarte, lo haré en este mismo momento.
Pedro estaba seguro de que este ser le arrebataría la vida en cualquier momento, así que decidió contar la verdad. Había entrado en la cueva para explorar, y nunca hubiera imaginado acabar cara a cara con el monstruo. Se puso de rodillas para pedir perdón, pero el Monstruo de las Pesadillas no parecía interesado.
—Debo decir que tienes bastante valentía para permanecer aquí conmigo —le dijo—. La próxima vez, quizá te mate inmediatamente.
Pedro se sumió aún más en la desesperación. Desde que había entrado en la cueva, había estado esperando que alguien lo rescate, pero ahora parecía que tendría que ponerse en marcha y encontrar una salida por sí solo.
El Monstruo de las Pesadillas se acercó a él, batiendo sus enormes alas. Pero de repente, algo pasó. Era como si hubiera una chispa de bondad en los ojos del monstruo, un brillo de luz que se había encendido tras su negrura.
—Mira, niño. Decidiré dar un respiro por esta vez —dijo—. Pero bajo una condición: me sacarás de aquí.
Pedro no sabía qué decir. A decir verdad, nadie había everiguado cómo salir de lo más profundo del bosque. Pero el Monstruo de las Pesadillas parecía conocer los caminos. De manera rápida y silenciosa, Pedro y el Monstruo se pusieron en camino, y en poco tiempo empezaron a descender hacia el abismo.
Descendiendo hacia lo más profundo del abismo, Pedro comenzó a sentirse mareado. Notó que el Monstruo de las Pesadillas estaba mirándolo, y no se sentía cómodo con eso.
— ¿Qué quieres? —preguntó.
—Apenas he tenido compañía en mi cueva en un buen tiempo —dijo el monstruo mientras reía. Sin embargo, pronto se hizo un gran silencio. De repente, un sonido inquietante invadió la oscuridad.
— ¡Espera! — gritó Pedro al Monstruo, mientras se aferraba al brazo del ser por miedo— Escuché algo. Podría ser peligroso.
— Tranquilo. Debes haber escuchado mal —respondió el monstruo, burlándose de él—. No hay nada aquí que deba asustarte.
Pero Pedro no se dejó engañar. Escuchó ese sonido una y otra vez, y finalmente tuvo el valor de decirle al Monstruo que tenían que irse. Lentamente, se dirigieron hacia la salida de la cueva, y cuando entraron en la luz del sol, no podía creer que había conseguido escapar.
De camino a casa, Pedro buscó las palabras adecuadas para darle las gracias al Monstruo de las Pesadillas por haberlo ayudado a salir. Pero el monstruo, a su pesar, no estaba muy interesado en recibir sus agradecimientos. Estaba contento de haber dejado atrás la oscuridad, pero su gran sueño era estar solo.
Mientras Pedro se alejaba por el sendero, se dio cuenta de que tal vez él era el único amigo que tenía el Monstruo del Abismo de las Pesadillas. Y en caso de que alguna vuelta en la vida lo llevara de vuelta al abismo, sabía que el Monstruo del Abismo de las Pesadillas estaría allí, protegiéndolo, y regalándole los sueños más aterradores y fascinantes de su vida.