El Monstruo del Laberinto del Mal

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El Monstruo del Laberinto del Mal
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El Monstruo del Laberinto del Mal. Érase una vez un pequeño pueblo rodeado de hermosas colinas verdes y grandes bosques. En lo alto de una de esas colinas, había un castillo abandonado. La gente del pueblo decía que dentro del castillo vivía un monstruo muy peligroso y que aquellos que se aventuraban a entrar no volvían a salir. Este monstruo era temido por muchos y había recibido el nombre de El Monstruo del Laberinto del Mal.

Las historias sobre el Monstruo siempre generaban temor entre los habitantes del pueblo. Los niños solían jugar a explorar el bosque y el castillo, pero siempre mantenían sus ojos bien abiertos por si algún día encontraban al Monstruo. Sin embargo, nadie había visto al Monstruo en años. La gente empezó a creer que tal vez ya no existía.

Un día, dos amigos llamados Ana y Tomás, decidieron que se aventurarían a entrar al castillo para encontrar al Monstruo del Laberinto del Mal. A pesar de que sus padres les habían advertido sobre los peligros de entrar al castillo, ellos no hicieron caso y entraron al castillo.

Una vez dentro, avanzaron lentamente, examinando cada pared y esquina. Tomás estaba aterrorizado, pero Ana le recordó que no creían en historias de monstruos. De repente, se encontraron en una habitación oscura con una gran puerta que parecía llevar a alguna parte. Después de dudar un poco, decidieron seguirla y encontraron un gran pasillo que parecía no tener fin.

A medida que avanzaban, se dieron cuenta de que el pasillo estaba rodeado por paredes altas, demasiado altas para poder escalar. El pasillo se retorcía y giraba, parecía que estaban atrapados en un laberinto. Después de mucho caminar, encontraron una nueva habitación con una pequeña entrada en el techo. Decidieron subir y encontraron la salida, respirando tranquilos de que habían logrado escapar del laberinto.

Sin embargo, poco después, escucharon un ruido siniestro que venía desde una pequeña puerta cerrada en la parte de atrás de la sala. Ana, una exploradora experimentada, decidió que debían investigar de donde provenía el ruido. A pesar de las advertencias de Tomás, ella avanzó hacia la puerta y sin pensarlo dos veces, la abrió.

En segundos, una sombra oscura salió de la puerta y la habitación se llenó de un humo negro. Tomás gritaba pidiendo ayuda, pero el humo se lo tragó y se desvaneció. Ana, asustada, se dio cuenta de que debía encontrar una forma de salir de allí.

Caminó sin descanso por la habitación tenebrosa, sin saber por dónde ir. De repente, escuchó un ruido que parecía venir de cerca de ella. Volteó en direccción al ruido y vio un par de ojos amarillos que la miraban directamente. Eran los ojos del Monstruo del Laberinto del Mal.

El monstruo rugió tan fuerte que Ana se desmayó del susto. Cuando despertó, se encontró atada en una silla en una habitación oscura. Trató de moverse, pero estaba completamente inmovilizada. Miró hacia arriba y vio al Monstruo del Laberinto del Mal sentado en un trono en la habitación.

Ana suplicó por su vida, pero el Monstruo se mantuvo en silencio. En lugar de atacarla, el Monstruo le habló a Ana. Le explicó cómo el laberinto y el castillo habían sido construidos años atrás por un rey malvado que quería guardar sus tesoros. El Monstruo había sido creado para proteger el tesoro y nunca había sido liberado desde entonces. Pero una vez que el rey había muerto, el Monstruo había seguido en la sala, sin saber realmente qué hacer.

El Monstruo le propuso a Ana una oferta: si lograba encontrar la llave para desbloquear el cofre del tesoro, el Monstruo la liberaría y no la atacaría. Ana aceptó la oferta, sin otra opción disponible. El Monstruo le dio tres opciones de puertas, cada una de las cuales tenía una trampa mortal. Ana optó por la puerta de la izquierda.

La puerta llevó a una gran sala llena de espejos. La trampa era que los espejos hechizarían a quien entrara en la habitación y la dejarían perdida en el laberinto para siempre. Ana, astuta, recordó que no había usado la puerta de en medio y decidió regresar por allí.

La puerta del medio llevó a una habitación con una bola de oro en el centro. La trampa era que cualquier persona que tocara la bola seria atacada por un feroz dragón. Ana recordó que no había utilizado la tercera puerta y decidió intentar encontrar la llave allí.

La tercera puerta llevó a una habitación llena de jarrones y un cofre grande en el centro. Buscando minuciosamente, Ana encontró la llave en un pequeño jarrón. Pero antes de poder usarlo en el cofre, el Monstruo del Laberinto del Mal apareció de nuevo.

Ana le entregó la llave sin saber que acción tomaría el monstruo. Para su sorpresa, el Monstruo la dejó ir, tal como lo había prometido. Ana se liberó de las ataduras y escapó del laberinto corriendo. Después de salir, decidió que nunca más volvería a ponerse en peligro de nuevo.

Ana entendió que por suerte, no todos los monstruos son malos y que muchas veces debemos dar una oportunidad a quienes no conocemos. El Monstruo del Laberinto del Mal permaneció en el castillo, pero ya no era visto como una amenaza. El pueblo del valle ahora lo consideraba un héroe, un guardián que les protegía de los malhechores.

Desde entonces, las historias sobre el Monstruo del Laberinto del Mal se contaban con más frecuencia, pero esta vez como una leyenda que recordaba cómo una niña valiente resolvió el misterio del monstruo y pasó a ser una heroína. Y Ana, como heroína, sintió más seguro su lugar en el mundo.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
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