La isla del oro perdido. Érase una vez en una isla muy lejana y remota, había una leyenda sobre un tesoro perdido de incalculable valor. Los nativos de la isla hablaban de oro y joyas que cubrían la totalidad de la isla, pero nadie había sido capaz de encontrar el tesoro, y muchos habían perdido la vida tratando de hacerlo.
Cuenta la leyenda que el tesoro fue escondido por el rey de la isla hace muchos, muchos años. Se decía que el rey había sido tan ahorrativo y codicioso, que había acumulado una fortuna inimaginable en joyas y metales preciosos. Pero su riqueza y su avaricia le costaron caro, pues los habitantes de la isla se volvieron contra él y lo obligaron a esconder su tesoro en un lugar seguro, antes de ser desterrado de la isla para siempre.
Decenas de exploradores llegaron a la isla buscando el tesoro. Cada uno tenía una historia más grande y impresionante que el otro sobre cómo lograría encontrar el tesoro perdido. Sin embargo, la mayoría no sabía que el camino hacia el tesoro no iba a ser fácil.
Un día llegó a la isla un joven aventurero llamado Marco. Marco había oído hablar de la leyenda del tesoro perdido y se propuso a encontrarlo. Decidió que no iba a ser como los otros exploradores que habían llegado antes que él, se convirtió en amigo de los nativos y habló con ellos con respeto y humildad.
Los nativos, impresionados por su actitud y valor, lo guiaron a través de la densa jungla de la isla. Marco tuvo que enfrentarse a peligros como serpientes venenosas, arañas gigantes y tigres salvajes. Pero nunca se detuvo, avanzó por la selva lenta pero constantemente, huyendo de los peligros y sobreviviendo de los frutos que encontraba a su alrededor.
Después de varios días de perseguir su meta, se encontró con una montaña que sobresalía en el paisaje de la isla. Los nativos le dijeron que esa montaña estaba protegida por el espíritu de la isla, quien frenaría su progreso y nunca encontraría la entrada a la cueva que escondía el tesoro.
Sin embargo, Marco se mantuvo firme en su búsqueda y comenzó a escalar la montaña más alta de la isla. Se deslizó en numerosas ocasiones, pero siempre logró levantarse y seguir adelante. Finalmente, llegó a la cima, donde casi pierde el aliento.
Una vez arriba, se sorprendió al encontrar una vista impresionante. Había un río de oro que fluía por debajo de la montaña y abundantes árboles frutales crecían en las laderas de la montaña. De repente, escuchó una voz diciendo: «Has venido muy lejos, Marco. Has demostrado coraje y determinación. Entra a la cueva y encuentra el tesoro que ha estado tan escondido».
Marco bajó la montaña y encontró la entrada de la cueva. Una vez que entró, se encontró con una gran sala de oro y joyas, justamente como habían descrito las historias. Sin embargo, no lo había encontrado solo, había un guardián celoso de su tesoro.
Marco enfrentó al guardián, que resultó ser un dragón dorado. No importaba lo fuerte y aterradora su aparición era, el joven se mantuvo firme, cogió su amuleto y arrojó una bola de fuego al animal. El dragón se estremeció ante la visión del amuleto y se apartó, dejando a Marco libre de continuar en su búsqueda.
Con sus ojos llenos de asombro, vagó por la cueva, vio pilas de oro, joyas, diamantes, rubíes y esmeraldas. Asintió con la cabeza agradecido, aunque no tocó ninguna de las riquezas que encontró. Su recompensa ya la tenía en su corazón, le había demostrado lo valiente que podía ser, que podía tener sencillez y humildad en una búsqueda llena de orgullo.
Finalmente llegó el momento de salir de la cueva, y como había hecho antes, corrió a través de la jungla, el río de oro, y la montaña hasta llegar al campamento en la playa donde los nativos lo esperaban.
El amanecer se reveló y Marco se sumergió en la arena caliente de la playa, cerrando los ojos. Cuando los abrió, vio un futuro más brillante y más rico que nunca antes. Entonces, fue en busca del líder de la isla, le mostró el tesoro y le pidió que fuera distribuido para el bienestar de la gente de la isla.
El rey, conmovido por el honor y la humildad de Marco, otorgó a la isla toda la riqueza que había sido escondida. Desde ese día, la isla se convirtió en un paraíso sin igual, próspera y pacífica. Marco se fue, dejando la isla físicamente, pero su legado quedó allí para siempre, en la forma de un verdadero líder del corazón, que mostró lo que puede ser realidad si se busca en cada uno de nosotros.