El faro del fin del mundo

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El faro del fin del mundo
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El faro del fin del mundo. Érase una vez, en un lugar perdido en el océano Atlántico, un faro solitario que se levantaba majestuoso sobre un acantilado. Era el faro del fin del mundo.

Pocos eran los que conocían la existencia de aquel faro y, aunque su reputación como un lugar terrible y maldito había corrido por toda la costa, nadie se aventuraba a acercarse a él.

La única excepción a esta regla era un joven marinero llamado Tomás. Tomás había escuchado rumores sobre el faro y su aterradora leyenda, pero no le temía a los cuentos de fantasmas. Él era un hombre valiente y decidido, y no le importaba tener que enfrentarse a cualquier peligro que se interpusiera en su camino.

Un día, Tomás decidió que quería visitar el faro del fin del mundo. Hizo los arreglos necesarios para asegurarse de que su barco estaría protegido en una bahía cercana, y partió a pie hacia el faro, excitado por la aventura que se avecinaba.

Después de un largo camino por la costa, Tomás finalmente llegó al acantilado donde estaba el faro. Era mucho más grande y más imponente de lo que había imaginado.

Con una mezcla de temor y excitación, Tomás subió los escalones de la torre del faro. Cada paso que daba resonaba en la oscuridad, y los chillidos del viento que soplaba a través de las grietas parecían gritos de dolor.

A medida que subía, el faro se hacía cada vez más oscuro y agrietado. Incluso en la luz del día, era un lugar espeluznante.

Finalmente, Tomás llegó al mirador del faro. Desde allí, podía ver todo el océano Atlántico extendiéndose ante él, infinito y misterioso.

Mientras se aferraba al barandal del faro, sintió una mano fría e invisible en su hombro. Tomás se volteó con velocidad para ver quién lo había tocado, pero no había nadie allí. Se quedó perplejo y escalofriado.

Pero no había tiempo para preocuparse. De repente, un fuerte golpe sacudió la torre del faro, acompañado por una luz cegadora. Tomás se aferró con fuerza, temeroso de caer.

La tormenta que comenzó afuera del faro parecía la ira de los dioses, la torre temblaba y se sacudía tanto que parecía que iba a derrumbarse. Pero Tomás no se dejó vencer. Sabía que tenía que mantenerse firme y proteger el faro.

Durante horas, Tomás resistió las embestidas del mar embravecido y las fuertes ráfagas de viento. Pero la tormenta no cedía, y parecía obtener cada vez más poder.

Finalmente, con un estruendo ensordecedor, la puerta del faro se abrió de golpe, y una figura espectral avanzó hacia Tomás, envuelta en una luz fría y misteriosa como la de una luna llena.

El mayor miedo de Tomás se había vuelto realidad: la leyenda era cierta y el faro estaba realmente encantado. Pero Tomás se mantuvo firme. Sabía que tenía que hacer todo lo que estuviera en sus manos para mantener la llama del faro encendida y proteger a los barcos que pasaran por allí.

Durante horas el hombre y el espíritu se batieron en una pelea encarnizada, dando vueltas y volteretas a través de las escaleras de la torre, chocando y fluyendo como el mismo viento que soplaba fuera.

Cuando finalmente el monstruo quedó tendido en el piso sin respirar, Tomás, exhausto, observó que el faro se liberaba de la maldición de décadas y finalmente podía cumplir su misión principal: alumbrar el camino de la vida de los marineros que se aventuraban en el mar.

Y así, con la tormenta disminuyendo y la luz del día que se abría paso, Tomás coronó la torre del faro y encendió su llama. Encontró la paz que buscaba, y siendo el héroe que todos los marinos necesitaban, se convirtió en el farero más valorado y respetado de su tiempo, cuyo nombre quedó en los libros de historia.

Y aunque el faro del fin del mundo aún mantiene su reputación como uno de los lugares más terribles y oscuros del mundo, los barcos que se acercan a él ahora saben que están protegidos por su cálida y brillante luz, guiados por las manos del farero que salvó el faro de la maldición que lo tenía encantado.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
El faro del fin del mundo
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