El Búho y la Leyenda de la Noche Eterna. Érase una vez en un reino lejano una leyenda acerca de la noche eterna, una noche larga y sin fin que cubría todo el territorio. La gente vivía con miedo y desesperanza, pues el sol no salía y la luz era un bien escaso.
En medio de este caos, vivía un pequeño búho llamado Kuro. Él era diferente a los demás, pues no se conformaba con ver la noche eterna como una maldición, sino que buscaba una solución para salir de ella. Con esa intención, decidió emprender un viaje para encontrar al ser más sabio del reino, el Gran Dragón que habitaba en el Monte de la Luz.
Kuro sabía que la ruta era peligrosa, pues tendría que atravesar bosques oscuros y campos tenebrosos. Sin embargo, su alma valiente lo impulsó a continuar, y tras varios días de caminar sin descanso, llegó a la impresionante montaña donde habitaba el Gran Dragón.
El búho, un poco temeroso, pero muy valiente, comenzó a ascender por las empinadas laderas del Monte de la Luz. El camino era arduo y no era para cualquiera, sin embargo, Kuro no se detuvo y siguió adelante, motivado por su deseo de acabar con la noche eterna.
Finalmente, llegó al final del camino, donde encontró al mítico Gran Dragón. Este le recibió con sabiduría y le preguntó cuál era el propósito de su visita.
Kuro, con humildad, relató su historia y su intención de acabar con la noche eterna en todo el reino. El Gran Dragón escuchó atentamente y le confirmó lo que ya sabía, que la única manera de acabar con la noche eterna es reuniendo los cuatro fragmentos de la joya de la luz, que se encontraban en los lugares más peligrosos y inaccesibles del reino.
El primer fragmento de la joya de la luz que Kuro tendría que conseguir estaba en el bosque oscuro, un lugar traicionero y muy peligroso, que nadie se había atrevido a adentrarse en él. Sin embargo, Kuro era un búho sabio, listo y audaz, y sabía que no había tiempo que perder.
Con sus alas extendidas, Kuro se adentró en el bosque oscuro, un lugar que parecía un laberinto sin salida. Todo estaba oscuro y lleno de peligros. Pero el búho no se dio por vencido, siguió adelante con valentía, esquivando todo tipo de trampas, hasta que finalmente llegó a un claro donde estaba el fragmento de la joya de la luz.
El fragmento estaba en un pedestal protegido por una rata gigante, la cual no parecía dispuesta a renunciar a él fácilmente. Kuro entró en combate y luchó contra la rata gigante con todas sus fuerzas. Aunque la batalla fue difícil, Kuro triunfó y se llevó consigo el primer fragmento de la joya de la luz.
Con el fragmento en sus garras, Kuro regresó al Monte de la Luz, donde le contó al Gran Dragón lo que había pasado. El dragón le felicitó y le indicó el siguiente destino para encontrar el segundo fragmento, en el volcán en las llamas del infierno.
Kuro partió hacia el volcán, un lugar abrasador en el que las temperaturas eran tan altas que podían fundir el acero. Sin embargo, el búho no se dejó intimidar y, con su valentía habitual, se adentró en las profundidades del volcán, evitando toda clase de peligros hasta llegar a la caverna en donde se encontraba el segundo fragmento de la joya.
No fue nada fácil conseguirlo, una manada de murciélagos venenosos protegía el fragmento en un nido de fuego. Kuro no se amedrentó, se enfrentó valientemente a la manada y los venció, consiguiendo así el segundo fragmento de la joya.
Con los dos fragmentos, Kuro volvió al Monte de la Luz, entregó los fragmentos al Gran Dragón, quien le informó que el tercer fragmento estaba en el glaciar de las sombras, un lugar en el que nadie antes había logrado llegar.
Con sus alas congeladas, Kuro se dispuso a volar hacia el glaciar, un lugar helado y mortal, donde el frío era tan intenso que podía helarte el corazón. El búho se adentró en el laberinto de hielo, sorteando todos los peligros que allí había, hasta que llegó a una caverna en la que había un montículo de hielo en el que se encontraba el tercer fragmento de la joya.
La pieza estaba protegida por un ejército de zorros de hielo, pero Kuro, con toda su sabiduría, usó su ingenio para aniquilarlos y conseguir el fragmento.
Cuando regresó al Monte de la Luz, Kuro tuvo una sorpresa. El Gran Dragón había partido por la batalla final, la más importante, porque el último fragmento estaba en el castillo oscuro de la Reina de la Noche Eterna. Sin embargo, aquellos que habían atravesado el castillo oscuro, nunca habían regresado, pues la reina no toleraba la luz y solo conocía la sombra.
Sin embargo, Kuro no se detuvo, no podía defraudar la esperanza que llevaba consigo. Le dijo al Gran Dragón: «déjame ir, yo tengo una idea».
Kuro, a pesar de su miedo, sabía que debía hacer algo para acabar con la noche eterna. Así que, con astucia, se acercó al castillo oscuro de la Reina de la Noche y engañó a los guardias para que le dejaran entrar. Una vez dentro, Kuro luchó contra los esbirros de la Reina de la Noche, hasta llegar al suntuoso salón del trono, donde la reina se encontraba.
Un enfrentamiento intenso comenzó, pero Kuro desplegó toda su astucia y gracias a una estrategia brillante, consiguió vencer a la Reina de la Noche, acabar con la noche eterna y, finalmente, llevar el último fragmento de la joya de la luz al Monte de la Luz.
Con las piezas reunidas, el Gran Dragón puso la joya de la luz en un lugar estratégico, para que todos los habitantes del reino pudieran verla y, por fin, tener un rayo de esperanza.
A partir de ese momento, la luz del sol regresó al reino, la alegría y el optimismo se apoderaron de nuevo de la gente, que había vivido las penurias de la noche eterna.
Desde entonces, Kuro pasó a formar parte de la leyenda del reino, era el búho que se había atrevido a hacer lo que nadie más pudo, y que había ayudado a acabar con la noche eterna.