El Lobo y la Magia de las Estaciones

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El Lobo y la Magia de las Estaciones
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El Lobo y la Magia de las Estaciones. Érase una vez un lobo solitario que habitaba en lo más profundo del bosque. Sus días transcurrían sin mayor novedad, pero esto no lo hacía infeliz, pues era un lobo libre, que gustaba de deambular por su territorio y observar la fauna y flora que lo rodeaba.

Un día, mientras buscaba su alimento, encontró un extraño objeto que resplandecía en el suelo. Se acercó curioso y lo tomó con sus afiladas garras. Era una pequeña bola de cristal, transparente como el agua y con una lluvia de destellos que la hacían brillar con fuerza. El lobo desconocía qué era esa bola, pero notó que emanaba una energía que le llenaba el cuerpo de una extraña sensación.

Decidió llevar la bola consigo y, cada vez que la tocaba, podía sentir una magia diferente que se apoderaba de él. Podía ser más rápido, ágil, fuerte. Incluso logró entender a los animales con los que se había visto antes, pues la esfera parecía haberle dado una especie de don especial.

Pasaron las estaciones del año, y cada vez que esa bola se transformaba, el lobo se sumía en una especie de trance mágico que lo hacía sentir vivo. Así, comenzó a aprender todo lo que las estaciones le ofrecían, a contemplar el otoño y sus hojas secas que caían danzando al suelo, y a sentir el frío invierno, cuando la nieve lo cubría todo y sus huellas aparecían nítidamente en la superficie.

Pero siempre le había gustado el verano, el calor, la frescura del agua de los ríos y la humedad que le permitía sentirse en un lugar de ensueño.

Una tarde de verano, cuando el sol apretaba con fuerza y los animales del bosque buscaban un poco de sombra, el lobo encontró un arroyo que no conocía. Era cristalino y fresco, perfecto para descansar después de varios días de exploración.

Pero lo que se encontró allí le asombró. Una pequeña hada hacía sus piruetas sobre la superficie del agua. Su piel era tan brillante como el cristal, su cabello dorado y ondulado flotaba alrededor de su rostro, y sus ojos parecían los fuegos fatuos del verano.

El lobo se acercó con cautela y la saludó. La hada lo recibió con una sonrisa cálida, y le preguntó quién era y qué hacía allí.

El lobo se presentó y le contó su historia. La hada, maravillada por lo que había oído, decidió contarle un secreto que nadie más conocía en el bosque.

– ¿Quieres conocer el secreto del verano, lobo? – Dijo la pequeña hada, curiosa por si el lobo aceptaba su petición.

– ¡Claro que sí! – Respondió el lobo emocionado.

– Mira hacia allá, hacia el cielo. ¿Ves esa estrella brillante? – Señaló la hada con su varita mágica.

– Sí, la veo – Contestó el lobo, maravillado.

– Esa estrella es la estrella del verano. Si la ves, debes esperar a que llegue el solsticio de verano para mirarla de nuevo. Cuando la mires, pide un deseo, y el verano cumplirá tu sueño.

El lobo, que nunca había pedido nada, decidió acudir a su cita con la estrella esa noche. Miró hacia el horizonte y esperó pacientemente a que apareciera. Cuando lo hizo, cerró los ojos y pidió su mayor deseo. Pidió que la bola mágica lo acompañara a él para siempre, pues había aprendido tanto con ella que no quería vivir sin su compañía.

La estrella brilló con más fuerza, y mientras cerraba los ojos, el lobo sintió que algo lo rodeaba. Cuando volvió a abrirlos, notó que el arroyo donde estaba había desaparecido, y que estaba sobre una montaña, buscando la vista más cercana del bosque que conocía.

Del otro lado, estaba la entrada al reino de la hada del verano, quien lo estaba esperando con los brazos abiertos. Le sonrió con su calidez mágica y empezó a enseñarle los secretos del verano, cómo las flores crecían, cómo los animales se adaptaban a la humedad, qué hacer para sobrevivir las noches más largas del año.

Pero algo en el lobo empezó a cambiar, se sintió más fuerte, más veloz, más ágil, podía saltar con mayor facilidad. Era como si la magia que había aprendido en el invierno, la cual le permitió ser más astuto y resistente, se hubiera multiplicado en el verano.

Así fue cómo, durante los siguientes meses, el lobo aprendió una nueva magia, la cual le permitió vencer todos los obstáculos que se presentaron. El lobo aprendió a no tener miedo de los cambios, que los nuevos lugares siempre guardan secretos de los cuales aprender.

Una vez terminado el verano, el lobo tuvo que regresar al bosque. Le prometió a la hada del verano que volvería la siguiente temporada, cuando el solsticio del verano volviera, para decirle lo aprendido y continuar, descubriendo la magia de las estaciones.

Así fue cómo, año tras año, siguió yendo a consultar la estrella del verano, y como, cada vez que lo hacía, encontraba una nueva misión. Aprendió a vivir con cada temporada, a adaptarse, a crecer.

Y así, gracias a la magia de las estaciones y la compañía de su pequeña bola mágica, el lobo se convirtió en uno de los seres más sabios del bosque, conocedor de todos los secretos que la naturaleza guardaba.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
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